La
cartera de Educación porteña censuró materiales
pedagógicos del Bicentenario por su “tendencia ideológica”.
Hay libros que el ministro no deja leer en el aula. “Como
ministro no puedo permitir que se publiquen materiales con alguna
tendencia ideológica”, argumentó Esteban Bullrich.
“Creo que ningún jefe de Gobierno, ni ministro, ni
director de Area debe definir o influir en que los docentes y alumnos
utilizen (sic) material con una tendencia ideológica, sea
ésta de izquierda, derecha o ‘centro’”.
“Esteban
Bullrich, el sucesor de Abel Parentini Posse en la cartera educativa
porteña, sinceró con este argumento la decisión
de ‘no publicar’ los materiales sobre el Bicentenario,
elaborados por especialistas de la Dirección de Currícula,
aunque sí, en cambio, colgarlos en su página web personal
(www .estebanbullrich.com). Cinco pedidos de informes en la Legislatura
reclamando explicaciones, la publicación impresa del trabajo
realizado durante 18 meses por los docentes, más un dictamen
en el mismo sentido de la Defensoría del Pueblo, una marcha,
dos grupos en Facebook de repudio a la ‘censura ideológica’
y una rueda de prensa convocada para el viernes en la Legislatura,
muestran que la solución on line del licenciado en sistemas
está lejos de conformar a las partes.
Nora Veiras, Página/12.
Luis
Landriscina contaba un cuento. Un señor se levanta por la
mañana y se da cuenta que le quedan 5 pelos. “Me peino
dos para la izquierda, dos para la derecha y uno al medio”.
Al día siguiente, sólo encuentra 4. “Bueno,
dos para un lado, dos para el otro”. Un día más
y sólo quedan tres: “Uno para la izquierda, otro para
la derecha y el del centro. Atrás”. Cuando sólo
quedan dos, resuelve: “una para este costado, uno para el
otro”. Finalmente, al día siguiente se encuentra con
un solo pelo. “¡Ma sí, hoy no me peino!”.
Cuando no quedan pelos, se nota. Cuando no quedan ideas, se nota
menos. Suponer que en la educación puede haber ideas que
no impliquen tendencias, más aún, que no impliquen
firmes posicionamientos ideológicos, es haberse quedado pelado
de neuronas.
El
Bicentenario, para el señor ministro del imposible, al decir
del poeta Mario Benedetti, son sólo doscientos años.
Habría que preguntarle: “doscientos años…
¿de que?”. Sin tendencia ideológica alguna,
apenas podríamos balbucear que el pueblo “quería
saber de qué se trataba”, que “French y Berutti
tenían el franchising de las escarapelas”, que “llovía,
pero, como de costumbre, siempre que llovió, paró”,
que “el obispo Lué era un alcahuete de Fernando”
(no, en realidad, esto es un poco tendencioso), bueno, que hay gente
que viene, que hay que gente que va, como en la casa de Irene. Recordar,
conmemorar, evocar, convocar al primer gobierno criollo sin tendencias,
apenas permitiría con el rostro grotesco de Stella y Amore,
los compradores compulsivos de la tele, decir: “la junta de
Mayo financia mejor. Qué grande que es ésta tarjeta”.
El
señor ministro del imposible ha regresado a las épocas
del pensamiento único, pero lo ha mejorado. Ha demostrado
tener un único pensamiento. A los demás pensamientos
se los llevó el peine de la historia. Y el único pensamiento
es que el Bicentenario sea tan descafeinado como nuestro himno nacional,
amputado, castrado, emasculado justamente para el Centenario. Porque
para que las tendencias ideológicas de los criollos no se
notaran demasiado e Infanta no se acalorara, se consideró
que, por ejemplo, “escupió su pestífera hiel”,
era un texto demasiado directo. Por eso tenemos un himno que, en
la actualidad, hasta sirve como cortina musical de un aviso de la
banca solidaria.
Seguramente,
el ministro del imposible cantará sin preguntarse cuál
es la tendencia ideológica del himno censurado. Pues bien:
es simplemente acallar las voces de los rebeldes de la Historia,
para que todo sea más parecido a un partido de bridge o de
tute, que a una lucha sin cuartel de un pueblo en armas contra un
ejército invasor. Es más grave que censurar. Al menos
Tato, aquel voyeur, no ocultaba que cortaba las películas
de acuerdo con sus obscenas tendencias ideológicas y eróticas.
Cuando en la década del ‘40 se censuraron las letras
de algunos tangos, todos recordaban que “en mi pobre vida
paria” tenía poco que ver con “en mi existencia
azarosa”.
La
censura prohíbe lo censurado, pero no puede eliminarlo. La
censura no es neutral, ni pretende serlo. El censor es un cerdo
que tiene bien claro en qué chiquero le dan de comer. Pero
este ministro del imposible aspira a que ninguna tendencia “no
de izquierda, ni de derecha, ni de centro” manche el recuerdo
inodoro, incoloro e insípido del Bicentenario. No es poca
cosa señalar que este ministro no está en condiciones
mentales de conmemorar el Bicentenario, porque no puede tolerar
tendencias.
Pobres
los historiadores revisionistas de la historia “no tendenciosa”
de Mitre. ¿O será una de las tantas zonceras que Jauretche
no pudo incluir en su libro? Sin embargo, a pesar del grotesco educativo
que propone, el tema es grave, muy grave. Tan grave porque de un
plumazo, es decir, de un bromazo, sepulta décadas de educación
popular, de bachilleratos populares, de experiencias autogestionarias
en Educación.
La
crítica a la educación formal, sarmientina (con el
perdón de las notebooks, que son muy necesarias) ha señalado
con justicia que hay educación para el sometimiento o hay
educación para la libertad. Y que, en todo caso, quizá
sea cierto que el saber es poder, pero no será en los espacios
que la cultura represora habilita donde ese poder pueda ser ejercido.
El
ministro del imposible pretende una educación que no eduque.
Porque educar no es instruir. No es una catequesis laica. No es
escuchar comunicados de las fuerzas conjuntas. Educar al soberano
es poder disputar la hegemonía de sentidos que los enemigos
decantaron durante décadas en la conciencia de los pueblos.
Supongo que este ministro del imposible estará de acuerdo
en que hubo una Campaña del Desierto, y que eso no tiene
que ver con ninguna tendencia ideológica. Pues bien: lo que
hubo no fue una campaña, sino una expedición de exterminio;
y no fue del desierto, sino al desierto; y además, el desierto
no estaba desierto. Pero este ministro contento hubiera ido en ancas
de Roca, ya que cuando se habla de tendencias ideológicas,
políticas, siempre es para descalificar los intentos de subvertir
la historia oficial.
Haga
memoria, ministro del imposible: ¿Qué pensó
cuando escuchó la noticia que Mónica Cahen D’Anvers
dijo en Telenoche que “dos piqueteros fueron muertos en una
pelea entre diferentes grupos”? Maximiliano y Darío
fueron rescatados por el fotógrafo que no ocultó las
pruebas de otra infamia. Pero Mónica, aséptica, no
expresaba ninguna tendencia. Apenas una de las tantas historias
oficiales.
Señor
ministro del imposible: ¿gritó usted los goles del
mundial del horror? Seamos democráticamente sinceros, señor
ministro. Publique sus propias tendencias ideológicas sobre
el Bicentenario. Tómelo como un desafío. Recoja el
guante. Quiero leer lo que usted piensa del tema convocante. Después
de todo, habrá que esperar 100 años para el Tricentenario
y ni usted ni yo estaremos.
Pero
ahora sí, quiero que me enseñe cómo se escribe
un material pedagógico sin tendencias ideológicas.
Usted debe saberlo. No será de los que predica sin dar el
ejemplo. Seguro que este texto le va a llegar y, como dicen en el
barrio, sabe dónde encontrarme. Esto es lo hermoso de la
democracia, a pesar de que no siempre cura, de que muchas veces
no permite comer y de que, por lo que veo de su gestión,
casi nunca educa. No obstante, es democracia, y yo ejerzo mi derecho
de pedirle las pruebas de aquello que pretende.
Mientras
espero su texto sin tendencias, le adelantaré cuál
es la mía: “Con los pobres de la tierra / quiero yo
mi suerte echar. / El arroyo de la sierra / me complace más
que el mar”. Es de José Martí, que tenía
fuertes tendencias ideológicas. Y se lo dedico a Carlos Fuentealba,
que fue asesinado por aquellos que, como usted, no aceptan que las
ideologías se expresen, aunque apenas sea, en las tendencias,
para conmemorar un Bicentenario de los Pueblos.
Por el Lic. Alfredo Grande.